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La Doctrina Búdica de la Tierra Pura

La Doctrina Búdica de la Tierra Pura

por JEAN ERACLE

PRIMERA PARTE :: INTRODUCCIÓN A LOS «TRES SÛTRA»

Sección XVI. El renacer en el «Sûtra de la Contemplación»

EL RENACER EN EL «SÛTRA DE LA CONTEMPLACIÓN»

En el «Sútra de la Contemplación», la vía que conduce al renacimiento está descrita a lo largo de las dieciséis Contemplaciones que forman la parte central del texto. Estas Contemplaciones constituyen un sistema completo de meditación. Su temas son los siguientes:

1. Sobre el Sol.
2. Sobre el Agua.
3. Sobre el Suelo.
4. Sobre los Árboles.
5. Sobre el Agua del Mérito.
6. Vista grosera de la Tierra de la Suprema Felicidad.
7. Sobre el Asiento del Loto.
8. Sobre las Imágenes.
9. Sobre las formas corporales de todos los Buddha.
10. Sobre la forma corporal del Bodhisattva Avalokitesvara.
11. Sobre la forma corporal del Bodhisattva Mahâsthâmaprâpta.
12. La Contemplación perfecta.
13. La Contemplación resumida.
14. Sobre la Clase Superior de Renacimiento.
15. Sobre la Clase Intermedia de Renacimiento.
16. Sobre la Clase Inferior de Renacimiento.

Dos grupos son discernibles en esta serie. Las trece primeras meditaciones presentan el aspecto de verdaderos ejercicios, mientras que las tres últimas se parecen más bien a reflexiones doctrinales.

Cuando se emprende la lectura de estas meditaciones, de entrada cabe regocijarse por la facilidad de los ejercicios propuestos, descritos con toda clase de detalles:

«Vueltos hacia el Oeste, sentaos con el cuerpo recto y dirigid la atención hacia la contemplación del sol. Forzad a vuestro corazón a permanecer ahí con solidez. Pensad únicamente en eso, sin divagar. Representaos al sol poniente como un tambor suspendido. Una vez hayáis terminado de representaros al sol, seréis capaces de verlo claramente, tengáis los ojos abiertos o cerrados… Cuando lo hayáis conseguido, representaos al agua. Durante esta meditación, ved a un gran océano ocupar por completo la dirección occidental. Ved el agua como si fuera clara y límpida. Debe ser claramente visible. No dejéis que vuestro pensamiento divague…»

Por fáciles que puedan parecer estos ejercicios, si se continúa su lectura pronto se caerá en la cuenta de que, poco a poco, van siendo imposibles de realizar.

Tomemos, por ejemplo, la séptima Contemplación:

«Aquel que desee contemplar a este Buddha, en primer lugar debe concentrar su pensamiento y representarse, en el suelo compuesto por siete joyas, una flor de loto. Cada pétalo de esta flor de loto tiene el color de cien joyas. Posee ochenta y cuatro mil nervaduras que parecen haber sido dibujadas por los dioses. Cada nervadura emite ochenta y cuatro mil rayos de luz que permiten distinguirlas todas con claridad. Los pétalos de loto pequeños cubren una extensión de ciento cincuenta Yojana. ¡Y la flor de loto posee ochenta y cuatro mil pétalos! Cada pétalo está adornado con cien millones de perlas Mani que lo hacen resplandecer. Cada perla emite un millar de rayos de luz. Estos rayos de luz forman como un parasol compuesto de las siete joyas y que recubre la tierra entera…»

El texto sigue enumerando otros despliegues extraordinarios: el pericarpio del loto, preciosos pendones, perlas en número infinito lanzando innumerables rayos…

Leyendo, se está tentado de pensar con toda naturalidad que estas indicaciones no deben tomarse al pie de la letra. ¡Quien así lo crea deberá desengañarse! Añade Buddha:

«En esta meditación, se debe contemplar cada pétalo, cada perla, cada rayo de luz, el pericarpio entero y cada pendón de una manera tan clara y diferenciada como si se mirase el propio rostro en un espejo.»

Repetidas veces, en otros lugares, insiste el texto en la fidelidad a las indicaciones dadas: «Contemplar de este modo se llama contemplación correcta. Contemplar de otra manera se llama contemplación errónea.»

Hay incluso un lugar donde puede leerse esta sorprendente frase: «Todo ello deberá ser conforme a los Sûtra. Si no es conforme, es lo que se llama una meditación mentirosa. Si es conforme, es lo que se llama la visión grosera de la Tierra de la Suprema Felicidad.»

Todo ocurre como si el Sûtra quisiera desalentar a los lectores. Por una parte, espejea, seductor, ante su espíritu las maravillas de la Tierra Pura en términos que muestran su inefable trascendencia y los incita a querer renacer allí, pero, por otra parte, presenta medios perfectamente inaccesibles. Bella es la Tierra de la Suprema Felicidad, pero el camino que conduce a ella es imposible de recorrer.

En la decimotercera Contemplación, que es como la síntesis de las precedentes, se avanza discretamente una explicación: «El Cuerpo sin límites del Buddha de la Vida Infinita no puede ser alcanzado con el poder del corazón de un hombre ordinario. Si bien, por el poder de los antiguos votos de este Tathâgata, aquellos que piensen en él conseguirán necesariamente el objetivo. Incluso pensando en la imagen del Buddha se obtiene una felicidad sin medida. ¡Cuánto más, entonces, contemplando los signos de su Cuerpo entero!»

Las meditaciones, tal como están descritas, son realmente imposibles. ¿Y por qué? Porque nuestro corazón es mundano. Sin embargo, existe un remedio: pensar en el Buddha de la Vida Infinita. El simple recuerdo de su imagen es ya benéfico. ¿Y por qué? Porque al inicio de su camino espiritual ese Buddha formuló grandes votos para la liberación de todos los seres. Lo cual constituye una alusión más que evidente a los cuarenta y ocho Votos Originales contenidos en el «Gran Sûtra».

El pasaje que acabamos de citar anuncia ya lo que más adelante formará el corazón, la esencia del «Sûtra de la Contemplación»: la Vía maravillosa inventada por Buddha, en su gran compasión, para liberar a los seres. No todo está, pues, dicho aún. Antes de que así sea, es necesario que el lector sea preparado por una nueva purificación.

Las tres últimas meditaciones no son, en efecto, más que reflexiones sobre aquellos que renacerán en la Tierra Pura. Se trata de una manera literaria de mostrar qué condiciones son necesarias para alcanzar la liberación.

Condiciones que se muestran, a continuación, muy exigentes. Júzguese por el pasaje siguiente, que abre la decimocuarta Contemplación:

«Hay tres clases de seres que nacen en la dirección occidental. He aquí los que nacen en la categoría superior: si hay seres vivos que deseen nacer en esa Tierra, que produzcan tres tipos de corazón y nacerán en ella. ¿Cuáles son esos tres corazones? Primero, un corazón perfectamente sincero; segundo, un corazón profundo; tercero, un corazón que dedique todos sus méritos emitiendo el voto de ir a nacer a esa Tierra.

Además, hay tres tipos de seres vivos que consiguen ir a nacer allá. ¿Cuáles son? Primero, los que, con un corazón lleno de amor, se abstienen de matar y observan todos los preceptos. Segundo, los que estudian el conjunto de los Sûtra desarrollados del Gran Vehículo; tercero, los que desarrollan las “Seis Reminiscencias” y dedican sus méritos emitiendo el voto de nacer en la Tierra de este Buddha»

Que nadie se engañe: lo que aquí está enunciado implica la totalidad de la Ley búdica: la perfección de la moralidad, el conocimiento perfecto y la cultura mental. Aunque el texto parezca disociar estos tres terrenos atribuyéndolos a personas diferentes, no puede existir duda al respecto: los que entran en la primera categoría, la más elevada de quienes nacen en la Tierra Pura, se conforman perfectamente a la enseñanza de Buddha.

Al leer esto, el lector, con toda naturalidad piensa: este no es mi caso, veamos lo que sigue. Y recorre poco a poco todas las categorías. Hay, en efecto, nueve categorías de seres que van a nacer a la Tierra de la Suprema Felicidad. Están agrupadas de tres en tres y dispuestas en orden decreciente. Las tres primeras reúnen a los seres que siguen más o menos bien los principios del Gran Vehículo. Las tres siguientes parecen referirse a seres que, con la esperanza de renacer en la Tierra Pura, se entregan a las prácticas del Pequeño Vehículo. En estas categorías el acento está puesto en la moralidad. Las tres últimas, al contrario, conciernen a los pecadores.

Si es franco consigo mismo, el lector cae en la cuenta de que, más bien, pertenece a estas últimas clases, las de los seres incapaces de observar las reglas de moralidad, de entregarse a profundos estudios y a largas meditaciones. Ahora bien, esto es precisamente lo más bello del Sûtra: los pecadores también pueden renacer en la Tierra Pura. Es entonces cuando se descubre el maravilloso medio adaptado a todos. El final de la decimosexta Contemplación es particularmente conmovedor:

«Quizá hay seres vivos que, a causa de un mal Karma, hayan cometido todo lo que no está bien: las cinco faltas imperdonables y las diez malvadas acciones. Así, esos seres estúpidos, por su mal Karma, deben caer en las vías malas y pasar en ellas, normalmente, numerosos períodos cósmicos soportando penas interminables.

Pero he aquí que esos seres estúpidos, en el momento de morir, encuentran a un buen maestro que les trae toda suerte de apaciguamientos, le expone la Ley Maravillosa y les enseña a meditar en este Buddha.

Pero esos seres, en su angustia, son incapaces de meditar en este Buddha.

Este excelente amigo les dice: “Si no puedes meditar en este Buddha, es necesario tomar refugio en el Buddha de la Vida Infinita.”

Así es como, con un corazón sincero, repiten hasta diez veces: “¡Reverencia al Buddha Amida!”

Por la repetición en su corazón del Nombre de Buddha, borran las faltas cometidas en el ciclo del nacimiento y la muerte durante ocho mil millones de períodos cósmicos. En el momento de morir, ven un loto de oro semejante al sol detenerse ante ellos. En el espacio de un pensamiento, logran así renacer en la Tierra de la Suprema Felicidad.»

Puede ahora comprenderse que la cúspide del «Sûtra de la Contemplación» resida en la invocación del Nombre de Buddha. Todo el despliegue de imágenes, todos los consejos espirituales, todas las reflexiones tenían como objetivo conducir poco a poco al lector hasta este único mensaje: aquel que invoca con confianza el Nombre del Buddha Amida, incluso sí es un ser miserable en su lecho de muerte, renace en la Tierra de la Suprema Felicidad. Lo cual significa lo mismo que decir que alcanza el Nirvâna y se convierte en Buddha.

Es lo que el Sûtra afirma en su conclusión:

«Con sólo oír el Nombre de Buddha y el de los dos Bodhisattva, hijos o hijas de bien borran las faltas cometidas en el ciclo del renacimiento y la muerte durante períodos cósmicos innumerables. ¡Cuánto más, entonces, si se acuerdan de Buddha y piensan en él! ... Se aposentarán en la terraza del Despertar y renacerán en la morada de todos los Buddha... Porfiad en guardar mis palabras. Ahora bien, guardar mis palabras es guardar el Nombre del Buddha de la Vida Infinita.»